Una brújula ética para la economía colaborativa

En una pared de Neukölln, Berlín.
En una pared de Neukölln, Berlín.

¿Tiene sentido seguir hablando de economía colaborativa? A medida que pasan los años, se van sumando cada vez más voces críticas a la confusión que se genera por el uso que grandes empresas, como son hoy Uber o Airbnb, hacen del término “compartir” en la frase “sharing economy”. Volvemos a las grandes preguntas: ¿Qué es la economía colaborativa? ¿Se define apenas por su modelo de negocios? ¿Por la tecnología que usa? ¿Por su forma de organización del trabajo? ¿Por sus intenciones?

Sería una pena tener que tirar a la basura todo el concepto, que tanto camino ha recorrido, simplemente porque se usa de manera laxa, ambigua y a veces directamente maliciosa. Conviene más cuidarlo; y para eso, es necesario empezar a separar la paja del trigo. En este momento, las palabras “economía colaborativa” (y mucho más, en inglés, la frase “sharing economy”) se usan indistintamente para abarcar desde Uber y sus prácticas predatorias y monopólicas hasta las cooperativas de plataforma o la economía del regalo.

Distintos analistas han estado buscando cómo establecer reglas para encontrar la “verdadera economía colaborativa”. Un compás ético nos sería de gran utilidad. Aquí un breve resumen de las iniciativas:

Procomuns

En marzo pasado se realizó en Barcelona el encuentro Economía colaborativa procomuns, dedicado a “resaltar la relevancia del modelo procomún dentro de la economía colaborativa, y proyectar internacionalmente la relevancia de la producción orientada al procomún en Barcelona y Cataluña”. Entre sus propósitos declarados estaba “abrir el debate sobre qué modelo a impulsar desde las administraciones (procomún/local/cooperativista versus corporativo/deslocalizado/privativo)”.

Estas categorías (procomún/local/cooperativista) no siempre coinciden exactamente, pero es un inicio 🙂

Brújula del modelo de negocios de la sharing economy

También en marzo, Boyd Cohen y Pablo Muñoz publicaron en Shareable un artículo llamado “What’s a responsible sharing economy startup” (“Qué es una start-up de economía colaborativa responsable”). Allí planteaban la utilidad de una brújula ética que permitiera clasificar esta diversidad.

Se trata de un gráfico que plantea seis dimensiones para medir este tipo de iniciativas: tecnología, transacción, enfoque de negocios, recursos compartidos, modelo de gobernanza y tipo de plataforma. Cada dimensión tiene tres opciones que representan un continuum, partiendo desde el “commons sharing” o “compartir procomún” hasta llegar al “market sharing”, o “compartir en/según el mercado”.

Compás ético de Boyd y Muñoz

Entonces, por ir a un ejemplo burdo, Uber podría definirse como dirigido a generar ganancias como enfoque de negocios, manejándose con transacciones en el mercado (es decir, con moneda tradicional), con un modelo de gobernanza corporativo y una plataforma de tipo B2crowd, esto es claramente orientado al mercado. En el otro extremo podríamos poner por ejemplo las gratiferias: dirigido a cumplir una misión, manejándose sin dinero, con un modelo de gobernanza cooperativo y una plataforma p2p (o sin plataformas).

En el medio de estos dos extremos, el universo. Ninguna herramienta es perfecta; aquí se pierden las sutilezas de grado. Por ejemplo, podemos pensar que Airbnb, o Lyft, o muchas otras compañías comparten los rasgos orientados al mercado de Uber: están orientados a generar ganancias, se manejan con dinero y tienen gobernanza corporativa. Y, sin embargo, hay matices en el modo y el estilo en que esa gobernanza se ejerce, y también en el porcentaje que la plataforma se lleva.

Indicadores

Thomas Dönnebrink, conector de OuiShare para Alemania, propuso en una presentación de junio pasado 15 indicadores que funcionarían como criterios de evaluación para saber si una startup es verdaderamente colaborativa. Pueden pensarse como casilleros a marcar:

  1. Agregar valor local (en vez de esquilmar el valor local)
  2. Apadrinar la resiliencia (en lugar de agudizar la crisis)
  3. Esparcir la propiedad (en lugar de concentrarla)
  4. Extender y multiplicar opciones y roles (vs reducirlos)
  5. Autodeterminación y participación (vs heteronomía)
  6. Autoformación y diseño y cocreación (vs preconfiguración inalterable)
  7. Promover la comunidad y el relacionamiento, incluir (vs el aislamiento, excluir)
  8. Uso versátil, colaborativo, comunal (vs exclusivo o individual)
  9. Apertura y transparencia
  10. Estructura horizontal (de pares) (vs estructura jerárquica)
  11. Ahorro y protección de recursos (economía circular) (vs consumo y derroche de recursos)
  12. Participación y creación más allá del dinero (vs solo con dinero)
  13. Construcción de confianza (vs aislamiento y desconfianza)
  14. Orientación al bien común (vs intereses particulares)
  15. Necesidades básicas (vs demanda de lujo)

Aquí, otra vez, la guía es excelente en la teoría, pero tambalea un poco en la práctica. Volvamos a Uber; ¿cómo afirmar a ciencia cierta si apadrina la resiliencia o agudiza la crisis? ¿extiende o achica la autodeteminación?

Tres preguntas simples

En el #Kultursymposium Weimar escuchamos a Dirk Holemans, asesor de la ciudad belga de Gent. Holemans cerró su intervención sugiriendo tres preguntas para orientarse ante cualquier iniciativa que se promocione como colaborativa. Son simples, casi marxistas: “¿Quién posee? ¿Cómo se reparten los beneficios? ¿Es una lógica de crecimiento o de suficiencia?”

Ninguno de estos intentos presenta una herramienta infalible para separar las iniciativas verdaderamente colaborativas del «collaborative washing». Pero vale la pena pegarles una mirada como punto de partida. No son sistemas perfectos, pero sí perfectibles, mejorables por quien tenga ganas de trabajarlos. ¿Sugerencias?

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