Lo que Comunes dejó: dos emociones y ocho temas recurrentes
“El intangible más importante es el deseo”, dijo Lala Deheinzelin, nuestra sacerdotisa de la logia de la abundancia, en la apertura, el miércoles 4. Eso fue Comunes: cuatro días a combustión de deseo, tras más de cuatro meses de remada intensa de un equipo amplio e interdisciplinario a golpe de entusiasmo. Más de treinta personas trabajaron desde el Goethe-Institut, Minka, Cultura Senda, el Centro Cultural de la Cooperación, el Club Cultural Matienzo, Facción y el plan C; muchas otras apoyaron desde la Fundación Vía Libre, el Centro Cultural de España en Buenos Aires, PopUp, Akapacha y más. Muchas ganas sumadas ponen en marcha un movimiento con consecuencias difíciles de calcular.
Comunes se desarrolló en dos sedes a lo largo de cuatro días, y convocó a más de 400 personas, incluyendo 10 invitados internacionales y más de 50 nacionales. Hubo diez talleres, cinco proyecciones de películas, cuatro charlas de apertura, cuatro mesas de debate, tres reuniones libres, dos sesiones de presentaciones de iniciativas colaborativas en charlas relámpago (con más de 30 proyectos en total) y finalmente una Disco Sopa de festejo. Todas las actividades fueron gratuitas y funcionaron a pleno, con el Centro Cultural de la Cooperación y el Club Cultural Matienzo estirando generosamente sus hospitalarias salas e inventando espacios de reunión en los pasillos.
Una semana después, el tremendo shock de energía que fue Comunes empieza a decantar. El balance espontáneo que filtra la memoria suma caras, nombres, frases e imágenes con emociones -sabrán disculpar- fuertes e inesperadas.
La primera emoción es la gratitud. El sábado 7 a eso de las 20, tras el brindis y la foto, justo cuando Comunes empezaba a ser historia, la gente de la Fundación Karisma preguntó con qué expectativas habíamos llegado al encuentro, y qué había pasado finalmente. Deconstruyendo la alegría del momento: en la previa, desde afuera, esperábamos impactar sobre el público general, el que nunca escuchó hablar de economía colaborativa. En cambio, lo que no vimos venir fue esa tribu intensa y comprometida que iba a tomar Comunes y hacerlo propio hasta borrar los límites entre organizadores, voluntarios y público. Ciudadanos coproductores todos. Gente que vino de Bogotá y de Tandil, de Paraná y Santiago de Chile para ser parte de las discusiones, tender puentes entre pares, pensar juntos. Como dijo Juan, uno de los participantes de la reunión de Cultura de red, “gente que quiere hacer cosas”, con proyectos uno más interesante que el otro. Es un privilegio haber compartido la experiencia con esa tropa. A todos, gracias.
La segunda emoción, o quizás la primera, ya mencionada, es la alegría, que iluminó desde el principio la producción del encuentro. La efervescencia expectante por lo que va a venir fue transformándose con el paso de las horas (fue un largo día de ochenta horas) en esa calidez que surge de sentirse parte de una comunidad. La gran aspiración de Comunes fue ser justamente un encuentro, un nexo entre tantas personas e iniciativas valiosas; un visibilizador de milagros cotidianos y estrechador de redes a futuro. Cada vez que uno de los protagonistas pide el correo de otro para contactarlo, la llamita de la alegría vuelve a calentar el otoño. Si Comunes solo hubiera servido para eso, nos bastaría.
Los temas recurrentes
Pero Comunes fue también un gran espacio de discusión. Desde la programación tuvimos que reducir los disparadores a cuatro ejes de debate y tres de reuniones libres; sin embargo, la comunidad fue imponiendo su agenda. Así, en la línea de las “preguntas por los cómo”, por la metodología, se escucharon varias preocupaciones. Quedaron resonando algunos temas que surgían en toda charla en cuanto se entraba en calor:
#sustentabilidad
No la ambiental sino la de la pregunta por la supervivencia en contextos difíciles, que surgió en casi todos los espacios. ¿Cómo hacer para sostener las iniciativas colaborativas y hacerlas sólidas en el tiempo sin verse condicionado por aportes monetarios de entidades públicas o privadas? ¿Y, si no fuera mucho pedir, vivir de lo que se hace? ¿Cómo hacer de la era de la abundancia una realidad palpable y concreta en la que podamos vivir? Se charló con Adriana Benzaquen de Minka, Neal Gorenflo de Shareable, Soledad Giannetti de Akapacha y tantos más. Leo Monk, de Facttic, intentó una respuesta que es pregunta: “Creatividad”.
#lenguaje
Puede sonar técnico pero es muy preciso. ¿Qué entendemos por Estado y, por lo tanto, qué obligaciones y derechos le arrogamos? ¿Cómo hacer para que la palabra “transparencia” no sea apropiada y vaciada de sentido?, se discutió en la mesa de Cultura libre y Open todo. En la anterior, Los escenarios de la colaboración, la pregunta vital era: ¿A qué llamamos exactamente economías colaborativas y qué diferencia hay con la sharing economy o economía del compartir? En la reunión de Cultura de red coordinada por Ártica, nos preguntamos, ¿se puede construir cultura de red con léxico del campo de los negocios? ¿Cómo crear el lenguaje que nos permita articular nuevos sentidos?
#confianza
Una idea central en todas las redes de pares. Desde la mesa de Financiación, moneda y colaboración, Heloísa Primavera deconstruyó el sentido de dinero hasta llevarlo a su estado inicial: un mediador de confianza entre partes. Se habló de certificados de confianza, tanto en monedas comunitarias y criptomonedas como en el mercado financiero y las redes colaborativas. También de cómo crear confianza, en una discusión casi ontológica: ¿es algo que se construye o que se inventa al otorgarlo?
#buenvivir
Uno de los grandes ejes espontáneos. Lala Deheinzelin lo mencionó desde su charla de apertura como uno de los objetivos de los movimientos de transición, con esta fórmula: “¿Ustedes todavía miden con el PBI? ¡Eso no mide nada!”. Volvió a surgir en los días posteriores como uno de los conceptos que atraviesan transversalmente muchos movimientos de transición y alternativos, y también se planteó la discusión acerca del modelo ecuatoriano, que lleva el “Buen vivir” precolombino a la Constitución del país, relacionándolo con los preceptos de la Economía del Bien Común.
#futuro
Dana Giesecke fue la primera en proyectar una fantasía sobre el futuro. La siguió Lala Deheinzelin, autodenominada futurista, y en los días siguientes fueron muchos los que se situaron en el porvenir para mirar al presente con perspectiva e incluso extrañamiento. Gabriel Weitz, de Carpoolear, dijo en su charla relámpago que así como hoy nos asombra cómo hace cuarenta años hasta las embarazadas fumaban, nuestros hijos se asombrarán de que congestionáramos las autopistas con autos ocupados por solo una persona. Neal Gorenflo contó su visión de las ciudades comunes, donde todos tendremos más tiempo para dedicar a aquello que elijamos. Todos coincidieron en que estamos en un momento bisagra, donde tenemos ya las herramientas para producir un cambio importante en la forma en la que vivimos; solo falta creérnoslo.
#identidades
“Se nos dice que ser un buen ciudadano es ser un buen consumidor, y eso es muy triste”, subrayó Ricardo Orzi. El cambio de roles atravesó las diversas actividades de Comunes, cruzado con palabras como empoderamiento, comunidad y pares. Si rechazamos las identidades de consumidores, clientes o usuarios, propuestas por el mercado, ¿cuál tomamos? Lala Deheinzelin propone que nos asumamos como transicionistas. Algunos de los que pasaron por Comunes se reconocían como activistas, otros impulsaban la idea de ciudadanos responsables. En las comunicaciones internas del encuentro empezó a circular, un poco en chiste y otro poco en serio, la palabra “commonistas” y su traducción, “comunerxs”.
#cuerpo
En distintos espacios se hizo visible la relevancia de los encuentros presenciales, hasta físicos, como un catalizador de los cada vez más intensos contactos virtuales. Otra vez, fue Lala Deheinzelin la que remarcó la importancia del cuerpo, haciendo bailar y entrar en contacto a toda la sala, recordando que además de ideas somos también materia acariciable. Trajo a escena a la percepción y la intuición, y así volvió a florecer la dimensión humana, muchas veces más mentada que tenida en cuenta. La noción de “poner el cuerpo” reapareció en talleres como el de Vila Flores y en la Disco Sopa, donde vivimos de manera práctica el efecto de más de veinte pares de manos cocinando a la par. En línea con esta idea, aparecieron en las mesas de debate palabras como “aburrido”, “divertido” y “triste” para calificar diversas prácticas: el derecho a pasarla bien como derecho básico.
#resistencia (no more)
Una última nota (todavía más) personal. En las charlas de pasillo surgió una discusión interesante acerca de nuestras palabras iniciales, donde planteábamos la necesidad de luchar contra la desigualdad, la apatía y otros males. “Yo no pongo mi esfuerzo en estar en contra de nada”, dijo Martín Szyszlican, “prefiero construir una alternativa mejor”. También Kirsch Cobric llamó la atención acerca del enorme gasto de energía que implica la resistencia, energía que podría liberarse para generar lo nuevo. Algo de eso había escenificado Lala junto a Neal Gorenflo. “A veces no es tan difícil hacer las cosas, es solo cuestión de hacerlas”, dijo André Gaul. Ese cambio de paradigma, concentrarse en la construcción de alternativas superadoras, en vez de en la oposición a lo que se rechaza, fue uno de los mejores regalos de Comunes. El deseo colectivo de futuro blindó al encuentro con su aura: exaltada, entusiasta, variopinta, algo naif, algo rabiosa, iniciática.
Fotos: Facción, ¡gracias!