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3 Abril: Uber sí, Uber no

Tras mucho amenazar, Uber finalmente desembarcó en Buenos Aires en marzo. Pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar: los millennials le declararon su amor en las redes sociales mientras hordas de taxistas enfurecidos bloqueaban el centro de la ciudad. En una movida poco prevista, el gobierno de la ciudad declaró ilegal el funcionamiento de la plataforma en menos de quince días. Como era muy difícil hacer cumplir la prohibición, en pocos meses llegaron a cortar el hilo por lo más delgado, el único control posible: el de bloquear los pagos a través de tarjetas de crédito. Hoy la situación es errática: básicamente varía de tarjeta en tarjeta, y solo las emitidas fuera del país garantizan que se pueda pagar el servicio. En septiembre llegó la competencia: Cabify, con tarifas un poco más altas pero legal, ya que trabaja con choferes y autos habilitados. También está, desde antes, EasyTaxi, pero operando desde la clandestinidad, ya que sigue prohibida. Cuesta entender por qué Cabify está autorizado y EasyTaxi no.

En el mundo las noticias sobre Uber siguen llenando titulares. Lo último fue su lanzamiento de autos autónomos (sin chofer) en San Francisco, el 14 de diciembre, replicando una prueba piloto que había arrancado con cuatro autos en Pittsburgh tres meses antes. En California duró poco: apenas dos días después, las autoridades los prohibieron. Pero la empresa ya mostró que puede hacerlo, y está mudando la flota a Arizona.

Se confirma así el pronóstico de 2014: que el negocio de Uber no es ofrecer trabajo a socios independientes, sino aprovechar los millones de datos y números de tarjetas de crédito acumulados para ofrecer todo tipo de servicio a demanda (“la uberización de…”). De esta forma se convierte en competidor directo no de los pobres taxistas autónomos, sino de Amazon, Google y Apple, gigantes globales de la tecnología, la logística y la información. Every company is a tech company is a data company.

Desde el punto de vista del usuario, el dilema que plantea Uber es el mismo que el de las remeras por diez pesos: ¿quién paga el costo de un producto tan barato? Es el problema del consumo responsable: deja en manos del consumidor reponer la trazabilidad oculta y ver las externalidades de eso que nos llega como una ganga. Si la oferta es tal porque recorta la plusvalía de intermediarios ociosos, bienvenida sea; si achica la ganancia de los trabajadores, su seguridad social, y se lleva puestas las leyes -que serán buenas o malas pero en teoría deberían estar para defender al más débil-, vale la pena pensar antes de comprar. De paso, nunca está de más pensarse como algo más que un usuario o un consumidor.

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