El año que vivimos con Uber en Buenos Aires

Taxistas protestan contra Uber en Buenos Aires

Este post es el primero de la serie Los 16 de 2016, a modo de balance del año.

Fue como Pedrito y el lobo. Tras mucho amenazar, finalmente en abril desembarcó Uber en Buenos Aires; es interesante que al hablar de Uber siempre se use el verbo «desembarcar», como describiendo un ejército. Pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar: los millennials le declararon su amor en las redes sociales mientras hordas de taxistas enfurecidos bloqueaban el centro de la ciudad. En una movida poco prevista, el gobierno de la ciudad declaró ilegal el funcionamiento de la plataforma en menos de diez días, y le ordenó que cesara la actividad.

Hacer cumplir esta prohibición era muy difícil en la práctica; se empezó secuestrando autos y un tiempo después, una jueza de la ciudad de Buenos Aires intentó que se bloqueara la aplicación en el ámbito metropolitano, algo técnicamente imposible. Finalmente se instauró el único control realizable: inhabilitar los pagos a través de tarjetas de crédito. Hoy la situación es errática, de tarjeta en tarjeta y de usuario en usuario; solo las emitidas fuera del país garantizan que se pueda contratar el servicio. Mientras tanto, el fiscal porteño Martín Lapadú aseguró hace veinte días que hay casi 4000 conductores identificados que podrían ir presos por diez días por trabajar en un marco ilegal, y que los directivos de la empresa en Argentina serán procesados por evasión fiscal, entre otros cargos.

En septiembre llegó la competencia: Cabify, con tarifas un poco más altas pero legal, ya que trabaja con choferes y autos habilitados. También está, desde antes, EasyTaxi, pero operando desde la clandestinidad, ya que sigue prohibida. Cuesta entender por qué Cabify está autorizado y EasyTaxi no.

Mientras tanto, en el mundo

Las noticias sobre Uber siguen llenando titulares. En octubre, un tribunal de Londres hizo lugar a una demanda de dos choferes que reclamaban vacaciones pagas y acceso al salario mínino. El dictamen aseguró que la compañía debía reconocer a los conductores como empleados, y no como socios autónomos. «La opinión de que Uber es una red de 30.000 pequeñas empresas vinculadas por una plataforma común es ligeramente ridícula para nosotros», concluía el fallo.

Del lado corporativo, la última movida fue el lanzamiento de autos autónomos (sin chofer) en San Francisco, el 14 de diciembre, replicando una prueba piloto que había arrancado con cuatro autos en Pittsburgh tres meses antes. En California duró poco: apenas dos días después, las autoridades los prohibieron. Pero la empresa ya mostró que puede hacerlo, y está mudando la flota a Arizona. 

Se confirma así el pronóstico que compartíamos en 2014: que el negocio de Uber no es ofrecer trabajo a socios independientes, sino aprovechar los millones de datos y números de tarjetas de crédito acumulados para ofrecer todo tipo de servicio a demanda (“la uberización de…”). De esta forma se convierte en competidor directo no de los pobres taxistas autónomos, sino de Amazon, Google y Apple, gigantes globales de la tecnología, la logística y la información. Every company is a tech company is a data company. Y si hablamos de data, no son menores las acusaciones de usos completamente ilegales (y antiéticos) de los datos, como la que lanzó el 13 de diciembre Ward Spangenberg, un ingeniero ex empleado de la compañía que denunció que empleados de la empresa espían los viajes de los clientes en tiempo real, rompiendo todo código de privacidad y la política explícita de la compañía.

Los dilemas que Uber trae

Desde el punto de vista del usuario, el dilema que plantea Uber es el mismo que el de las remeras por diez pesos: ¿quién paga el costo de un producto tan barato? Es el problema del consumo responsable: deja en manos del consumidor reponer la trazabilidad oculta y ver las externalidades de eso que nos llega como una ganga. Si la oferta es tal porque recorta la plusvalía de intermediarios explotadores, bienvenida sea; si achica la ganancia de los trabajadores, pulveriza su seguridad social y su autonomía, se lleva puestas las leyes -que serán buenas o malas pero en teoría deberían estar para defender al más débil-, y de paso centraliza los datos de medio mundo, vale la pena pensarlo un poco antes de comprar. Quizás no sea lo más cómodo, pero viene con la yapa de sentirse algo más que un usuario o consumidor. 

Desde el punto de vista de la economía colaborativa (¿lo qué?), Uber es el huracán que populariza el concepto a la vez que lo hace estragos. Gracias a la llegada de la empresa, muchísima gente en Argentina escuchó hablar por primera vez de economía colaborativa; peeeeroooo… no es exactamente el tipo de economía colaborativa de la querríamos estar hablando. Se trata de una traducción del término «sharing economy» que está siendo abandonado por los pensadores más interesantes de la época por considerar, justamente, que no tiene nada que ver con compartir sino con concentrar capital, información y poder. Desde aquí proponemos seguir pensando los términos y buscando las herramientas para pensar una clasificación no solo metodológica o por modelos de negocios sino también ética.

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