El gusto de compartir
Hace dos días recibí un correo electrónico de una amiga que decía textualmente así:
«(Asunto) Intercambio de recetas
Estamos participando de un experimento colectivo, constructivo y (espero) sabroso. Esta es una invitación para que participes en un intercambio de recetas.
Enviale una receta a la persona que aparece en el Nº 1 (aunque no la conozcas). Debe ser algo rápido y fácil, sin ingredientes raros. Lo ideal es que pases una receta que sepas de memoria y que puedas escribir ahora mismo, algo que preparás cuando tenés poco tiempo.
Después copiá esta carta en un mensaje nuevo, poné mi nombre en el primer lugar y escribí tu nombre (y el lugar donde vivís) en el segundo. Cuando mandes el mensaje, sólo deben aparecer tu nombre y el mío. Enviá el mensaje a 20 amigos con copia oculta. Si no podés hacerlo dentro de los próximos 5 días, avisame para que el juego sea justo para todos.
Vas a recibir unas 36 recetas. ¡Es divertido ver desde dónde llegan! La vuelta es rápida porque solo hay dos nombres en la lista:
1. Valeria fulanita@xxx. CABA
2. Daniela menganita@xxx CABA”
No soy muy amiga de las cadenas, ni analógicas ni digitales, pero esta vez me pareció una propuesta simpática. En pocos minutos, escribí y mandé mi receta, y reenvié el correo a veinte amigos tal como se indicaba.
En menos de una hora recibí la primera receta. Hasta ahora han llegado doce. Aunque no soy particularmente amiga de la cocina, cada vez que recibo una me pongo contenta.
¿Por qué? Es extraño. Tengo varios libros de recetas en casa, y coleccciones de revistas y fascículos que ocupan lugar pero casi nunca miro. Y hay pocos contenidos más democratizados que las recetas. Podemos encontrar recetas por todas partes, en papel o en internet. Nada más sencillo que googlear lo que buscamos. Y sin embargo, recibir las recetas en mi casilla de correo me genera una alegría infantil.
Cada receta está escrita con entusiasmo. Se nota que el que la pasa la conoce, la ha probado y disfrutado, y quiere compartirla. Mi hipótesis es que es eso -esa calidez, ese contacto- lo que realmente nos alegra.
Dicho en otros términos: lo que nos pone contentos es compartir.